Se merecía esta fiesta Monumental, igual que el resto de sus compañeros, pero para Ángel Di María tuvo un sabor muy especial. Porque muchas veces sufrió en la Selección. Porque sus lágrimas en el banco del Estadio Lusail de Qatar cuando el triunfo ante Francia en la final del Mundial amenazaba con escurrirse de las manos reflejaron lo que vivieron todos los argentinos en ese momento crítico que, luego, tendría el final más feliz. Ese final feliz que el zurdo que el 14 de febrero cumplió 35 años había soñado desde que empezó a patear una pelota en los potreros de Rosario y que se le venía escapando. Ese final inolvidable que llegó en la última etapa de su gloriosa carrera a la que le faltaba nada menos que la Copa del Mundo. Y ese reconocimiento incomparable de los hinchas argentinos que lo tienen en el podio de los héroes eternos de 2022 apenas un escalón debajo de Messi, como se comprobó en el aplausómetro del estadio cuando se anunció la formación y en el posterior “Fideooo, Fideooo” que retumbará por siempre en su corazón.
El mismo escenario de Núñez en el que transpiró tantas veces la celeste y blanca con la que también tuvo que secarse las lágrimas amargas de tristeza y escuchar los murmullos de la gente que lo cuestionaba, este jueves se convirtió en un templo que le rindió homenaje. Y Angelito pudo compartir ese momento con el amor de su vida, Jorgelina Cardozo, y sus dos hijas: Mía y Pía, a quienes abrazó con los ojos empañados de emoción mientras sonaban los fuegos artificiales y el hit “Muchachos” en cada una de las tribunas. Ahí, además, volvió a pisar el césped (fue el último en la fila) junto a los mismos diez compañeros que salieron a la cancha para disputar la final del Mundial 95 días antes, rodeado de esos talentosos (Julián Álvarez y Alexis Mac Allister) con los que armó la maravillosa jugada que terminó con su definición en el 2-0 parcial contra Francia.
Angelito vibró con una emoción similar a la de Messi en el Monumental. Porque antes de la película soñada en Qatar ambos imaginaron que la Copa del Mundo marcaría la despedida de la Selección, pero el destino tenía preparados más capítulos felices para ellos con la camiseta que más aman. Necesitan gozar del amor eterno de la gente, de salir a la cancha con una sonrisa y de recibir una y mil ovaciones, de jugar sin ninguna mochila de responsabilidad y de acompañar el crecimiento de los más chicos como los próceres del equipo que le devolvió la alegría al pueblo con el trofeo más valioso del planeta después de 36 años, cuando Di María ni siquiera había nacido. Incluso, de manera involuntaria, Fideo les regaló una pelota a los hinchas: mandó un zurdazo a la tribuna y un grupito de fanas dirimió quién se quedaba con esa reliquia…